jueves, 18 de julio de 2019

Spleen 234


Dolor y gloria


Es la primera vez que algo que no es la música me ha salvado de un estado de spleen. No lo digo en un alarde de superioridad de la música sobre el resto de artes, sino a modo de aclaración de mi falta de sensibilidad artística hasta el momento.

Cuando Aristóteles afirmaba que la única manera de curar la melancolía es la melancolía, siempre pensaba en un blues. Siempre escuchaba una balada de amor certero, un desamor, o en un profundo y desgarrador cante flamenco. 

En los últimos meses, me asalta una soledad atronadora. Me ataca por las noches y no me deja soñar. Gracias, Almodóvar, por arrastrarme por tu camino de la soledad. Gracias por arrancar la melancolía de mis entrañas, de las profundidades de mis sentimientos. Debo haber derramado esos fotogramas demasiados minutos seguidos como para que ahora siga con los ojos húmedos y atomatados.

Y no es por ponerme demasiado advenediza. Sé que esto es personal, como La Adicción. Es una autoconfesión, con la que evito autodestruirme. ¿Es lo mismo esta película, Pedro?

Dicen que los artistas somos depresivos. Autodestructivos. Se nos tacha de locos y de solitarios, pero bien sabemos todos que somos los más felices. Los que podemos llorar, por dentro o por fuera. Los que sabemos escuchar y los que queremos ver.

Ahora tengo ganas de vivir porque a mí también me han salvado. 

Supongo que eso es la gloria.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Me pregunto si algún día conseguiré sobrevivir este infierno. Sé que hay riesgos cuando te enfrentas a algo tan maravilloso; simplemente no quiero haberlo perdido. Pensar en lo que podría haber sido, como Adorno. Esa dimensión musical del pasado y el futuro, de jugar con el tiempo. Puedo escuchar una canción y volver atrás.

Hoy he tocado en el presente, ¿sabes? He cantado las palabras “por qué no me buscas” en una pentatónica desgarradora, que ha evolucionado a una armónica melancólica, que me recuerda al amor más profundo y más doloroso que he presenciado.

Es esta soledad la que me quema por dentro. Siempre acabo cayendo por lo imposible, lo más difícil, y soy feliz un rato y luego sufro. Lloro por dentro y estoy segura de que mis lágrimas se están acumulando en mi corazón y por eso me caigo ahora, porque estoy muy abajo, porque peso mucho con todo ese dolor atascado en mi pecho. Todo ese dolor que me está ahogando y que cada vez que corro o que grito para intentar sentir algo o sacar un sentimiento, me impide seguir viviendo, me paraliza y me tira al suelo.


Si esto es el amor, no lo quiero. Prefiero escribir canciones largas y sonetos huecos, llenos de forma y sin fondo; porque el fondo me duele demasiado. Demasiado lento. El fondo es vacío.

Esto es algo que acabo de escribir ahora. No es bueno, pero cuando lo lea, recordaré cómo me sentí, y, con suerte, recordaré cómo conseguí cambiar ese sentimiento a uno más positivo, y superar un momento de tristeza como nunca antes había vivido. Sigo sintiéndome sola y un poco atrapada, aunque voy mucho más encaminada a mi proyecto de vida. No me apresuro, soy paciente.

Supongo que eso es a lo que llaman madurar. 

Pero me pregunto si esta soledad se desvanecerá algún día.

Ayer leí a Alfonsina. Yo también echo de menos mi mar, mis olas. No me siento en casa aprisionada entre estas montañas. Pero en el fondo es bello.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Poemario universado

Con motivo de compartir sentimientos y emociones que tengo la imperiosa necesidad de mostrar, me he decidido a escribir un Blog. El fondo es una tableta de chocolate Lindt (que no es mi favorito, es el valor, pero sirvió para calmar mi ansia) que consideré bastante estética para la ocasión. Sé que mi visión artística de conjunto no tiene parangón, aún así aceptaré críticas (a mí me gusta el chocolate para cualquier propósito).

Dicho esto, queda recalcar que escribiré poemas que he ido elaborando a lo largo de mi estancia en la universidad (en la que sigo, por suerte o por desgracia). Estos poemas vienen impulsados por una necesidad que en la mayoría de las ocasiones suplo con mi piano, pero que por falta de fuerza de voluntad a altas horas de la noche no toco y, por supuesto, que a causa de mi apasionada devoción por la escritura me veo forzada a crear.

No queriendo resultar pesada a mis ansiosos lectores, quiero terminar contextualizando el primer poema que impulsó la obra. Septiembre, Madrid. Primer año de carrera en territorio desconocido, en soledad. Me percaté de las horas que había perdido estudiando algo que me había visto forzada a hacer de una manera basta. Había tenido un efecto devastador en mí y en mis mejores amigos. Y no logré estudiar lo que quería porque era imposible conseguirlo de manera inmediata, a pesar de tener nota de sobra para entrar las universidades públicas. Es triste el estudio artístico en España y es triste la falta de ayudas a estudiantes.

Muchas veces me planteo mi existencia como algo demasiado fortuito. De la misma manera, en  ocasiones rompo en lágrimas al imaginarme las existencias de otros que no han tenido una aparición tan fortuita en su vida. Rompo en lágrimas porque no consigo realizar un proyecto de vida o porque ya teniendo dieciocho años no he tenido éxito, y luego sigo llorando cuando me doy cuenta de lo egoísta que es mi existencia porque lo único que encuentro sugestivo en mi cotidianidad es el propio yo. Sigo llorando porque no hallo humanidad en mí.

Es lo que me hace querer aullar de dolor, es ver que el mundo está deshumanizado. Me falta cariño. Me faltan conversaciones en la comida que no sean telefónicas. Estoy harta de WhatsApp y me causa ansiedad percatarme del tiempo que se me ha ido hablando con los que más quiero en esa cosa y no en la vida real. No puedo organizar ni mis sentimientos.


Tiempo

A veces se me va. No sé. Se estira.
No me doy cuenta cuando ocurre pero pasa.
Tú nunca me has dado nada.
Yo nunca te he dado nada.
Tú siempre me has dado todo.
No te encontré en ese campo,
demasiadas variables, poco tiempo.
Nunca sé si es el momento.

Me perfora el pecho.
Me quema por dentro.
Me hace infeliz saberlo.
Es insoportable el tiempo.
Es insufrible el movimiento
de las manecillas en febrero.
No pude verlo y no puedo

ni decirlo.